La palabra orquesta procede del griego y significa
"lugar para danzar". Esto nos retrotrae alrededor del siglo V a. J.
cuando las representaciones se efectuaban en teatros al aire libre
(anfiteatros).
Al frente del área principal de actuación había un espacio para los cantantes,
danzarines e instrumentos. Este espacio era llamado orquesta. Hoy en día,
orquesta se refiere a un grupo numeroso de músicos tocando juntos, el número
exacto depende del tipo de música.
La historia de la orquesta en tanto que conjunto de instrumentistas se remonta
al principio del siglo XVI. Aunque en realidad este grupo
"organizado" realmente tomó forma a principios del siglo XVIII. Antes
de esto, los conjuntos eran muy variables, una colección de intérpretes al
azar, a menudo formados por los músicos disponibles en la localidad.
La orquesta barroca
De todo lo dicho se deduce que la orquesta en la música de Johann Sebastián Bach (1685-1750), a pesar de evidentes y reales progresos, no había alcanzado aún un grado de uniformidad, ni delimitado suficientemente la constitución de una plantilla básica. No obstante, puede hablarse de un instrumental más o menos fijo en las obras orquestales de Bach y de sus contemporáneos: dos flautas traveseras, dos oboes, uno o dos fagots, dos cornos da caccia, dos trompetas, timbales, cuerdas (violines primeros y segundos; violas) y continuo: violoncelo, contrabajo e instrumento de teclado (órgano o clave), con la participación del fagot. La plantilla instrumental del Magníficat incluye tres partes de trompeta, suprime los cornos y hace uso, además, del oboe d'amore.
Muchos de los
instrumentos citados, a excepción de los que forman el continuo, que se
hallan casi siempre presentes, están reservados a momentos concretos de la
obra que resaltan aspectos expresivos o simbólicos determinados. Algunas
partes de la composición están confinadas, en la música de Bach, a
sonoridades como las del oboe d'amore, el oboe da caccia o la viola
d'amore, que no están incluidas en la lista que hemos dado más arriba, y
que sirven de base a momentos de significado lirismo y cantabilidad con
una correspondencia particular en las formas de aria y de recitativo acompañado.
A mediados del siglo
XVIII se inicia lo que podríamos llamar proceso de «estandarización» de la
orquesta. De manera paulatina, los instrumentos van siendo anotados
explícitamente en la partitura, con lo que se deja de lado, cada vez
en mayor medida, la tendencia a la accidentalidad de las épocas
anteriores.
Aproximadamente entre
1750 y 1800 se asiste a la consolidación de la orquesta sinfónica; a
partir de entonces este conjunto, con bases específicas en cuanto a
su constitución, se desarrollará tanto cuantitativa como cualitativamente
(mejoras técnicas y, por lo tanto, cambios relevantes en el sonido de los
instrumentos), proporcionando la total variedad de giros orquestales conocidos
en el siglo XIX y en el XX.
A principios del
período clásico, la orquesta estaba compuesta por dos oboes, dos trompas y
el grupo de cuerdas. Poco a poco se fueron incorporando otros instrumentos
de viento, como las flautas traveseras -por estas fechas la flauta y el oboe
eran tocados por un mismo instrumentista- y las trompetas. Como elemento de
precisión rítmica se hizo uso de los timbales. Los trombones, en cambio,
no tuvieron lugar en la orquesta sinfónica; su utilización quedó relegada
a la música sacra -en la que doblaban las partes de contralto, tenor y
bajo- y a la ópera. El fagot, que no siempre estaba escrito en la
partitura fue utilizado regularmente y adquirió a finales del clasicismo,
cierta autonomía, alejándose así de la simple función de duplicar la línea
del bajo que se le había encomendado en un principio.
Las trompas y las
trompetas pasaron a ocupar el papel de «pedales de la orquesta», con lo
que el bajo continuo vio disminuido su papel. De hecho, la desaparición
del continuo comenzó hacia 1760, aunque no fue totalmente abolido en la
práctica musical hasta finales del siglo XVIII.
El órgano y el clave,
como sustentadores del desarrollo armónico, cumplieron, aún durante algún
tiempo, un significativo papel en la música sacra y en la realización del
recitativo seco. El clave se sobreentendía en la ejecución de la música
sinfónica, sobre todo en la fase temprana del clasicismo, cuando los
instrumentos de la orquesta no asumían la totalidad de las relaciones
armónicas.
El compositor actuaba
como director desde el clave, concertando a los distintos grupos
instrumentales. No era otra cosa lo que Haydn hacía cuando dirigía a
la orquesta de los Esterházy. Y desde el clave dirigió sus últimas obras
cuando, en 1791, se presentó en Londres. Sólo la participación activa de
los instrumentos de la orquesta hará comprensible el discurso armónico, lo
cual, unido a la nueva concepción del lenguaje musical, acabará
desterrando definitivamente el uso del bajo continuo.
Uno de los
instrumentos que tendrán una prodigiosa evolución a través de
los diferentes usos que de él se han hecho a lo largo de su historia, va a
hacer su aparición gradual a partir de 1750. Este instrumento fue el
clarinete. Al parecer, la ascendencia del clarinete se encuentra en la
familia del chalumeau, grupo que cuenta con varios instrumentos de diversos
tipos y tamaños. El clarinete fue empleado de manera intermitente en la
primera mitad del siglo XVIII -se dice que la primera mención de este
instrumento en una partitura, concretamente en una misa de Faber, data de
1720-. Sin embargo, compositores como Haendel y Rameau lo incluyeron en
muy pocas obras. En cambio la renombrada Orquesta de Mannheim lo convirtió
en instrumento fijo, incorporando dos al conjunto hacia 1758. Pero
fue Mozart quien, a finales de siglo, abrió el camino a este
instrumento.
Beethoven ya no fue un
compositor del Antiguo Régimen, maestro de capilla al servicio de un gran
señor, sino un compositor independiente que conquistó al público con la
fuerza de su personalidad. En el siglo XIX el acto público del concierto
tomó otra significación. El compositor dejó de ser un funcionario de
corte para convertirse en un bohemio independiente (Schubert, Berlioz) que
vivía -y moría- por y para su arte. Este cambio de actitud crea nuevos
planteamientos que van a incidir en una nueva música orquestal.
Un hecho considerable,
y que no siempre se ha tenido muy en cuenta, fue la mayor dimensión de la
nueva sala de conciertos. De ahí se desprende un aspecto funcional del
hecho acústico que dará lugar a nuevas potencialidades sonoras y en donde
el campo de intensidades, los forte y los piano, aumentarán su ímpetu y
suavidad, así como su poética de contraste.
Lógicamente, la
orquesta había de contribuir con sus timbres y su estructura evolutiva a
afianzar este estado de cosas. Así pues, la presencia del clarinete
como instrumento de reciente adopción -que empezó a afianzarse en las
obras de Mozart tomó cuerpo sustancial en la obra orquestal de Beethoven
y fue a partir de este momento un timbre imprescindible en la orquesta.
Sin embargo, la
envergadura de la nueva orquesta hizo sentir cada vez más la limitación de
los instrumentos de embocadura como la trompa o la trompeta, que obligaban
a hacer mil equilibrios al compositor. La función que desempeñaron en
el nuevo organismo siguió siendo la del tradicional sostenimiento de la
armonía y la de potenciar, en lo posible, la sonoridad plena. Pero estos
instrumentos, incluida la tuba, rudimentarios aún en esa época, deberán
esperar hasta mediados de siglo para encontrar su principal desarrollo con
la invención de los pistones, mecanismo que permitirá la unificación
general de la escala. Aunque Beethoven tuvo que luchar contra todos estos
escollos técnicos, sus aportaciones en el campo de la orquestación fueron
extraordinarias. Si bien su plantilla instrumental es bastante similar a
la utilizada por Mozart en su última época, aun cuando añadió
trombones, flautín o contrafagot en alguna de sus sinfonías y en la Novena
amplió el grupo de la percusión, su tratamiento de la orquesta, más
enérgico e impetuoso, tiene otra dimensión. Así mismo dará también a los
instrumentos solistas del grupo de la madera (flauta, oboe, clarinete o
fagot) un valor expresivo todavía inédito; las cuerdas adquirirán una
fuerza dramática, un vigor de sonoridad insospechada hasta entonces,
oponiendo a este grupo el de la madera y el del metal hasta alcanzar una
intensidad de colorido y una acentuación rítmica completamente originales.
La orquesta posterior a Beethoven
Berlioz amplió el
papel y la extensión de la orquesta. Desde sus primeras obras hizo uso del
contrafagot, del corno inglés, de cuatro trompetas, de tres o cuatro
timbales (Benvenuto Cellini, Sinfonía fantástica), del clarinete bajo, de
cuatro arpas e incluso del piano tocado a cuatro manos. Ciertamente, todas
las obras de Berlioz abundan en efectos originales, pintorescos o graciosos,
como aquel sarcástico del clarinete «requinto» en la Sinfonía fantástica
o la utilización de cuatro pianos -caso único- en La tempestad. Subrayemos
todavía algunos curiosos procedimientos, como el uso, más ligero, de las
baquetas de esponja en los timbales, el ataque en los instrumentos de
cuerdas con la madera del arco (col tegno), el uso extendido de la sordina
para los instrumentos de viento o la función que desempeña la mano
al tapar el pabellón de las trompas para producir un sonido velado y corregir ligeramente
la afinación. Todo ello Berlioz lo trata exhaustivamente en su
famoso Tratado de instrumentación, obra magistral escrita en 1844 y que es
un verdadero compendio de estética musical aplicada que aún hoy tiene
autoridad.
Contemporáneo de Berlioz,
aunque 10 años menor que él, Wagner entendió la orquesta dramática
imbricada dentro de este nuevo concepto. En realidad Wagner perfecciono
las principales aportaciones del músico francés acomodándolas a su verbo
en una textura más tupida y un aliento dramático más conforme a su naturaleza
germánica.
La orquesta contemporánea
Con Mahler y Strauss
asistimos al apogeo de la gran orquesta, un apogeo que representó la
culminación de un proceso y la abertura conceptual -particularmente en
Mahler- hacia el futuro. Ambos músicos sintetizaron en su obra todas
las innovaciones de la música europea del siglo XIX apoyándose en
argumentos literarios que permitían integrar el sensitivo y maravilloso
timbre de la voz en la orquesta. Sobre la base de los desdoblamientos por
familias instrumentales y un acrecentamiento del grupo de metales que se
correspondía con una gran profusión de instrumentos de percusión, ambos
compositores abordaron enormes orquestas que parecían realizar al fin el sueño
de Berlioz.
El importante fenómeno nacionalista que surgió a mediados del siglo XIX y que encontró en Rusia, con el Grupo de los Cinco, una vitalidad dio a la música de aquel país una proyección capaz de extenderse hasta la brillante orquesta rusa del siglo XX.
El famoso Grupo de los Cinco, integrado por
Balakirev, César Cui, Mussorgski, Rimski-Korsakov y Borodin, va a insuflar
una nueva savia a la música culta a partir de la popular; las melodías
orientales, que favorecen un colorido tímbrico nítido y recortado en su
arabesco, van a poner de relieve una manera nueva de orquestar a partir de los
timbres puros e individualizados de la orquesta. Esta coloración orquestal
de la música rusa, tan distinta a las mixturas occidentales, será un
factor decisivo que, en cierta manera, influirá en el concepto
instrumental del impresionismo francés. Ambos países han tenido siempre un
agudo sentido de la valoración del timbre, unos trazos lumínicos
inconfundibles que están muy lejos de la ampulosidad germánica. No es por
azar por lo que la mejor orquestación de los Cuadros de una exposición de
Mussorgski fue realizada por el más exquisito orquestador que ha tenido
Francia: Maurice Ravel. Como tampoco es casual que el Pelléas et Mélisande
de Debussy naciera a la sombra del Borís Godunov.
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